viernes, 11 de enero de 2013
I vértigo. Barely fluttering hinges.
Cuando cojo el coche y la curva, rampa,
me imagino como se va hacia atrás
y me estampa.
Yo, vértigo,
cuando te digo que siento vértigo.
Madre, tú sabes sin que yo diga
qué tipo de vértigo.
Yo, vértigo.
En el borde de un acantilado no.
Sobre llano.
Leo sola en el salón
“Bareley Hinged”
los versos me sostienen,
el sonido
me abre los labios
apenas las bisagras
resienten
las compuertas de mi corazón, aletean.
Fluttering birds…
Entiendo ahora cómo el sonido,
puede serlo todo.
Y se me quiebra.
Chirrían las bisagras.
Sigo y necesito averiguar el significado de las palabras,
tropiezo con las letras nerviosa y meto “plo”,
en vez de “plod”.
P.L.O
te descubro.
Este día me recuerda tanto a nuestros días,
que me recorre el deseo,
la piel,
se externaliza abruptamente en tu búsqueda.
Tengo dos necesidades viscerales imperiosas,
escribir y masturbarme.
Me maltrato los dedos sin piedad, pues tanta excitación se vuelve contra mí.
Exhausta tras una lucha
se me va pegando la piel de nuevo a la carne,
despellejada,
cruda,
pastosa,
loca.
Pienso en ti, en tu lengua, en tu piel, en mi lengua sobre tu piel.
Cuánta lírica hedónica me envuelve en este momento.
Yo, no vértigo.
Me desperezo en las cosquillas de tu huella.
Me dirijo a teclear y pienso,
si se me habrán desentumecido los dedos.
Mientras abro la ventana,
hago una pausa.
No te lances, fiera, respira.
Tómate un minuto para agarrar este momento que te acompaña desde el primer día que uniste en tu cabeza tres palabras.
Olvida todo, los deberes,
el vértigo.
Abre la ventana por gusto, y no por vértigo.
Joder, cuánto te gusta escribir.
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