domingo, 26 de mayo de 2013

BORL


¿Habéis visto alguna vez derrumbarse un castillo?
De verdad, caer abajo.
Derrotado por la indolencia, la ignorancia
y la idiocia del ser humano.
Cuando los niños pisan la superficie arenosa
de su réplica en la playa,
es la misma conducta maligna, hiriente y
anclada al núcleo de la destrucción.
Destrucción.
No han visto lo suficiente de ella.
Tontean como pretendientes
acercándose a besar a la muerte.
Destrucción.
Seduce el alma del observador,
arrastra los pies a sentir algo perecer bajo ellos
y a las manos a estrujar
un abrazo final, en el que esperas
que lo tuyo también caiga.

No encajaré en ningún lado nunca,
pues estoy condenada a la autodestrucción periódica.
No encajaré.
Como tampoco hay lugar en mi cuerpo,
ni en mi piel,
no hay espacio reservado,
trato constantemente de fugarme.
De verdad, caer abajo.
Como Borl no encaja ya y busca el camino
ladera abajo.
Encajar o no, parece ser siempre
un asunto problemático;
una cuestión, un interrogante sin resolver.
Una meta despreciada, sobrevalorada(mente) molesta.

Si al menos pudiera ser nada…
Pero incluso ese derecho me lo negaron.
Hay personas tan tristes que carecen de cuerpo
y almas tan solas,
que pierden la piel.

Si al menos pudiera caer abajo,
inanimadamente, sin vida.
Pero incluso ese derecho me lo he negado,
dejo que las ramas arañen mi cuerpo
y tiendo mis manos a las piedras
en un intento obsceno,
de perecer sin culpa.

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