De niños nos preguntamos,
porqué somos nosotros.
Porqué no somos esta u otra persona.
Miro las fotos que sostienen ese pasado,
y me pregunto qué estaría pensando.
Si incluso hoy en día me cuesta reconocer mi piel
al pellizcarla; como si se tratara de un envoltorio.
Miro el pasado y se expande, he inventado tanto,
que hay recuerdos que se han vuelto confusos.
Soñaba constantemente con transmutarme
en cualquier otra cosa. Un caballo por ejemplo.
Pienso que de niña era tan excepcional
que no se me ocurrió disfrutarlo.
Todavía me acuerdo de muchas cosas,
cosas que nadie espera que recuerde.
Cosas, que se han perdido por la mayor importancia de otro
momento,
y que yo no dejé que se perdieran.
Me acuerdo de tantos pensamientos, mucho más que de
sensaciones.
De niña me preguntaba,
Por qué Madrid , por qué no allí.
Constantemente dejaba vagar mi imaginación y
deseaba la verdad
absoluta como algo concreto.
De niña pasé de hacer las preguntas
a inventar las respuestas,
sabiendo cuánto me quedaba por saber.
De niña empecé a perseguir al tiempo,
para evitar que me persiguiera a mí.
Y trataba de imaginar, cómo sería
cuando no fuera niña nunca más.
Pero no podía verlo, no podía. Mejor.
De niña pensaba en volver el tiempo atrás,
Rehacer el pasado.
¿Qué sabía yo del pasado?
Sólo había un presente entonces. Sólo hay presente ahora.
El tiempo, el tiempo.
Recuerdo. Recuerdo que en el Capricho, Saturno se comía a
sus hijos.
Recuerdo. Recuerdo que miraba a las esfinges con desconfianza,
a pesar de haber descifrado el acertijo con mi padre.
Y de nuevo, no entiendo por qué. Quería ser otra persona.
De niña, me miraba en el espejo hasta perder la identidad.
De niña, creía que los unicornios existían y pensé…
¿por qué tuvieron los dinosaurios que marchar?
De niña, me preguntaba qué era eso del alma e
instintivamente soñaba con mi reencarnación.
De niña, pensaba por qué aquí, por qué no allí,
Por qué yo, por qué no tú.
Y entonces escribí.
Podía ser quién quisiera, y varios a la vez.
Podía estar donde quisiera y en varios lugares a la vez.
De niña aprendí que tenía que querer,
las mismas cosas que la mayoría para camuflar
que no era normal. Sin saber, que era excepcional.
De niña creé, otro lugar, allí. Aquí no estaba bien.
Y lo llené de lo que yo quería, de lo que yo pensaba,
y podía ser yo, y tú, y más tarde Olivia Newton Jones.
De niña, debía de ocupar mi mente sin parar,
pues no recuerdo la tienda de bricolaje pero si recuerdo
pensar,
algún día papá construirá una casa, como las maquetas que
hay.
Y no recuerdo como era el parque de la guardería,
pero recuerdo tirarme de cabeza por el tobogán
porque era una sirena.
De niña pensaba, por qué Madrid, por qué no París.
Ayer bajo el cielo de Madrid, y a la vez, sobre Madrid.
Ayer, por encima de Madrid, no lo hubiera pensado de niña.
Si hubiera pensado, que algún día me sostendría
un fragmento de cemento sobre Madrid,
no hubiera pensado por qué aquí y por qué no allí.
Ayer, sólo el cielo sobre Madrid y sobre mí.
Tan alto, más alto que una concreta altura,
éramos cuatro ángeles para Madrid.
Al final, cuando se está lo suficientemente alto,
por muy abajo que se haya hundido uno,
todo se halla equilibrado